Capitulo 2:

18.03.2013 11:31

“Saúl, Saúl, por qué me persigues?” o el Camino de Damasco

        Jesús, el profeta de Galilea, había muerto realmente por manos de los romanos y por instigación de las autoridades religiosas judías, pero, aunque pocos lo hubieran soñado, sus palabras, sus milagros y sus pretensiones de ser el enviado de Dios, seguían resonando en Israel, especialmente en Jerusalén. Sus seguidores, conducidos por Cefas, habían superado el escándalo de la cruz y predicaban con arrojo por todas partes, pero especialmente en el templo de Jerusalén, que Jesús había resucitado al tercer día por el poder de Dios; que sólo en la  persona del nazareno crucificado había salvación posible; porque no solamente era el Mesías anunciado y esperado en las tradiciones judías, sino que era el Hijo de Dios, el Señor. Estas “blasfemias” resultaban insoportables para los oídos del fariseo Pablo. Este se sintió responsable de la pureza de la fe, y en poco tiempo unido a otros tan fanáticos como él, se convierte en el perseguidor de esa “secta” subversiva de “nazoreos” exaltados. Los testimonios del NT serán claros al respecto (Hch 8,1-3; Ga 1,13; 1 Tim 1,13). En medio de esta cruzada anticristiana es encontrado por Cristo mismo en el camino de Damasco.36

 

         La conversión, o más bien, la vocación37  de Pablo es un hito en la historia de la Iglesia primitiva ya que a partir de este momento el evangelio de Jesús será llevado lejos en un trabajo misionero tan audaz como original.38 Podríamos ubicar este acontecimiento en el año 36,39  unos doce años (o catorce) antes del concilio de Jerusalén. No obstante, sobre este acontecimiento los datos aportados por Lucas en Hch no concuerdan totalmente con las confidencias de Pablo en sus cartas, de hecho Pablo nunca pretendió hacer un relato de sus memorias, sólo alude a ellas cuando las circunstancias se lo exigen para edificación de la comunidad o para defender su propio apostolado. Pablo, pues, no describe nunca su experiencia “en Damasco” (Ga 1,17) o “en el camino de Damasco” (Hch 9,3; 22,6; 26,12).40

 

         Nos atenaza la pregunta: ¿en qué consistió la experiencia de Damasco? ¿se trata de una aparición del resucitado como se había aparecido a los apóstoles, o más bien de una experiencia mística o extática de las que el mismo Pablo menciona en sus cartas y Lucas en el libro de los Hechos? La pregunta tiene su sentido ya que, como dice R. Fabris: “Desde ‘el siglo de las luces’ hasta nuestros días, el caso de la ‘conversión’ de Pablo ha sido objeto de multitud de análisis que tratan de confirmar hipótesis de experiencias psicosomáticas o, más aún, psicológicas y psicoanalíticas”.41                  

                                                                        

         Como comenta R. Fabris,42  esta imagen de Pablo derribado del caballo en el camino de Damasco se debe al informe de Hechos que bien tres veces nos narra el episodio de la repentina transformación de Pablo envuelto en una luz cegadora y oyendo una voz de Jesús de Nazaret que se dirige a él en hebreo y lo llama por su nombre hebreo-arameo: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”. Este relato se inspira en el esquema narrativo bíblico de la revelación de Dios a los antiguos patriarcas y profetas43  y hace de Pablo el protagonista de la misión de los testigos de Jesús: llegar hasta los confines de la tierra. Las cartas pastorales, por su parte, hacen de Pablo una figura ideal como apóstol y mártir proclamador del evangelio entre los paganos; las cartas auténticas, en cambio, son muchos más sobrias: de partida Pablo nunca habla de “conversión” cuando alude al acontecimiento de Damasco, nos habla de una “llamada de Dios”, a través de una especie de investidura en la cual Dios lo hace embajador suyo, o sea un “ministro y testigo” (Hch 26,16). Las reacciones del misterioso grupo que va con Pablo frente al fenómeno tienen diferentes versiones: todos oyen pero no ven a nadie, o ven la luz pero no escuchan la voz, o todos caen al suelo pero sólo Pablo oye la voz del cielo. Luego Pablo queda ciego y debe ser conducido de la mano a la ciudad, así permanece por tres días.

 

         Para Pablo, pues, se trata del momento inefable en que el Padre reveló en él a su Hijo Jesús (Ga 1,11-17; 1 Co 15,8-10); por lo mismo, sólo la gloria o la luz fulgurante,  serán imágenes capaces de expresar lo que vivió, convencido de llevar ese tesoro en vaso de barro (2 Co 4,6-7; 1 Tim 1,12). En cambio Lc nos conserva al menos tres relatos de la conversión de Pablo: uno amplio como parte de la secuencia histórica (Hch 9,1-19) y otros dos que forman parte de los mismos discursos de Pablo (ante los judíos de Jerusalén: 22,4-21; ante el gobernador Festo y el rey Agripa: 26,9-18). En los tres relatos queda patente que Pablo de perseguidor se transforma en predicador del mesianismo de Jesús (Hch 9,22). Estos tres relatos coinciden en lo esencial: una visión luminosa de tipo apocalíptico y una voz que interpreta el hecho: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”, un diálogo breve, ceguera temporal. A Pablo no le cabe duda alguna: Jesús resucitado se le ha hecho presente (1 Cor 9,1; 15,8). Pablo dice que vio a Jesús y por eso es “apóstol” (1 Co 9,1s.), es decir que una sola experiencia del Señor lo equipara a los demás apóstoles, los hermanos del Señor y al mismo Pedro (v.5). De todos modos tiene la modestia de ubicarse en el último puesto, como un “nacido fuera de tiempo” o como el “último de los apóstoles” (15,8), uno que con violencia “ha sido alcanzado por Cristo” (Flp 3,12).

 

         Nuestra información sobre la conversión de Pablo procede de estas tres narraciones ya mencionadas, éstas están llenas de detalles que contradicen lo parco con que Pablo cuenta su encuentro con el Señor Jesús. A pesar de las divergencias de lenguaje pertenecen al mismo género literario “vocación profética” de que está diseminado el AT. Lc al narrar la experiencia de Pablo ha tenido en cuenta este patrón: teofanía, caída por tierra, “rehabilitación” y palabras de envío. Efectivamente, cuando Lucas escribe este hecho cuenta con los textos veterotestamentarios referentes a Isaías y Jeremías (cf. Is 6,1-10; 42; Jr 1,4-10), los únicos profetas del AT enviados a predicar a los paganos. También a ellos alude Pablo cuando interpreta el acontecimiento: “Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia...” (Ga 1,15 // Is 49,1; Jr 1,5).

 

         El momento de Damasco es puntualmente breve pero deja en Pablo una marca indeleble: su vida quedará partida en un antes y un después, convertido en una creatura nueva y con ojos nuevos (2 Co 5,16s.), en él se produce un éxodo espiritual: desde el seno del judaísmo más ortodoxo llega a ser el predicador más entusiasta de Cristo resucitado; de ministro de la letra pasa a ser ministro del Espíritu, de perseguidor de los cristianos a misionero infatigable de la Iglesia.44 Este cambio es inesperado e impensable para Pablo: ha recibido el apostolado no por mediación humana sino directamente de Dios; le ha sido dado el conocimiento del Hijo de Dios y el mandato de anunciarlo a los paganos. A esto Pablo asiente inmediatamente, pero ¿podría haber algo más lejano o extraño que esto para un hombre obsesionado por la identidad judía?45

        

         No obstante, podríamos preguntarnos si ha habido realmente un brusco y radical cambio de vida, ya que Pablo seguirá siendo de hecho el mismo: enamorado de Dios, celoso de su causa, impaciente, intransigente y entusiasta. Pablo seguirá siendo intachable como antes (Flp 3,6). Sólo que el lugar que antes llenaba la Ley, ahora lo ocupa Cristo resucitado por lo cual dirá Pablo: “Porque lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y aún más: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,8-9). El acontecimiento de Damasco le ha hecho ver la historia de un modo nuevo y esta novedad lo ha arrojado por tierra literalmente: Dios está de parte de los judeo-cristianos helenistas que él ha perseguido hasta ahora, ésos que se han apartado de la ley y comparten sus bienes espirituales con los incircuncisos; esto quiere decir que la ley judía no es camino de salvación, y los paganos pueden acceder a ella sin pasar por el judaísmo, sino sólo creyendo en Jesucristo.

 

         Ananías, seguramente un judeo-cristiano dirigente de la comunidad cristiana de Damasco, será el medio a través de cual Pablo se integrará a la nueva familia, donde inicia su predicación acerca de “Jesús el Hijo de Dios (Hch 9,20).  Luego del encuentro trascendente con el resucitado viene una etapa  poco conocida: se nos dice que parte a Arabia, 46 es decir a la Transjordania (Ga 1,17), los reinos de Palmira y de Nabatea. Va allí no en busca de soledad, sino para desarrollar junto a otros su acción misionera. Si el cristianismo había llegado a Damasco es mucho más probable que ya hubiera llegado a Petra, la capital del rey Aretas, más próxima a Jerusalén. Allí es perseguido por el rey Aretas IV (2 Co 11,32), el cual mediante su etnarca lo persigue hasta Damasco. Pablo entendió que la misión era apremiante, pero sus primeras expediciones misioneras fueron un fracaso. Este detalle no aparece en Hch, ya que para Lucas debe ser Pedro el que inicie el camino hacia los paganos (Hch 10).

 

         Después de regresar de Nabatea, y tras una breve permanencia en Damasco, emprende el viaje a Jerusalén “para conocer a Pedro” (Ga 1,18). Este encuentro resulta amistoso y fructífero para los dos líderes, y Pablo aprovecha esas dos semanas para exponer a los dos apóstoles de la capital sus trabajos y persecuciones, como “pruebas” de su apostolado. Comenta J. Sánchez: “No es difícil, pues, que  Pablo le hubiera contado a Pedro que Dios le había mostrado a su Hijo para que lo anunciara a los gentiles, y que Pedro aceptara esa decisión de Dios. Tampoco es difícil imaginar que Pedro le contó a Pablo una serie de recuerdos del Maestro. Porque no parece que la ocasión se prestara a hablar sólo del tiempo”.47

 

         Ante la desconfianza de la comunidad cristiana de Jerusalén, Bernabé es el que avala la autenticidad de la conversión de Pablo y lo presenta a los hermanos (Hch 9,26-30). Lucas nos dice que ve sólo a “Cefas”, o sea, Pedro, y a Santiago, el “hermano del Señor” y se queda  allí solamente quince días. Pablo y Bernabé son bien recibidos: han traído una colecta para la comunidad que pasa por una hambruna profetizada por Ágabo (Hch 11,28). Nos dice Lucas: “Bernabé y Saulo volvieron, una vez cumplido su ministerio en Jerusalén, trayéndose consigo Juan, por sobrenombre Marcos” (Hch 12,25).