Capitulo 4:

18.03.2013 12:11

Segundo viaje: Pablo en Asia

 

         Licaonia, Galacia, Tróade, Macedonia (Filipos, Tesalónica, Berea), Atenas, Corinto, regreso a Antioquía pasando por Efeso. 1400 kms. 64

 

         El éxito de la primera expedición había dejado planteada la posibilidad de admitir masivamente a los gentiles en la Iglesia sin tener que hacerlos judíos previamente; bastaba la adhesión a la persona de Jesucristo por medio de la fe y la acogida del mensaje evangélico. La historia de Israel no pasaba de ser una preparación, una profecía, una figura de los bienes definitivos que Cristo había conquistado con su vida y Pascua. Pablo lo había entendido bien en el camino de Damasco. Además, como Cristo estaba por venir en una parusía gloriosa, no se podía perder tiempo, ante una mies abundante y madura. Así, luego de un período de descanso, Pablo propone a Bernabé, su compañero de misiones, que lo acompañe: “volvamos ya a ver cómo les va a los hermanos en todas aquellas ciudades en que anunciamos la palabra del Señor” (Hch 15,36). Ante el deseo de Bernabé de llevar otra vez consigo a su primo Juan Marcos, Pablo se opone: ¿no volverá a dejarlos en medio de la tarea como los abandonó antes en Panfilia en el umbral de la misión de Asia Menor? La disensión es tan grave que los dos misioneros optan por trabajar separadamente: Bernabé toma a Juan Marcos y se dirige a Chipre;65  Pablo elige como compañero a Silas, también llamado Silvano, un convertido que tiene ciudadanía romana y es “bien visto entre los hermanos” (cf. 1 Ts 1,1; 2 Ts 1,1; 2 Co 1,19; 1 Pe 5,12).66

 

         Los datos sobre la primera parte de este viaje son bastante sumarios, lo que hace un tanto ardua la reconstrucción del itinerario. Partiendo a pie desde Antioquía, y a través del desfiladero del Amanus llamado las “puertas sirias”, Pablo y Silas inician su expedición misionera para “consolidar a las Iglesias”  (Hch 15,41) y, en un espíritu de comunión y humildad, entregarles las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén (Hch 16,4). Después de recorrer Siria, llegan a Cilicia, la provincia natal de Pablo. Seguramente éste aprovechó la ocasión para visitar Tarso, su ciudad, que les quedaba en la ruta. Saluda a los cristianos de Derbe que no ve hace ya dos años. En Listra es acogido por la familia de Timoteo. Hijo de un griego y de la judía Eunice, nieto de Loide, Timoteo era un muchacho todavía cuando se había convertido en la primera visita de Pablo en Asia (2 Tm 1,16) y había recibido de su familia una sólida formación bíblica (2 Tim 1,5; 3,14-15), ahora ya es adulto y todos los fieles de Licaonia lo elogian por sus valores. Pablo, mirando las conveniencias de la misión, para evitar susceptibilidad de los judíos que viven allí, decide circuncidarlo. Hay que recordar que, según el derecho judío, es la madre la que da la raza, por lo mismo, es judío susceptible de ser circuncidado.67 Desde entonces acompaña a Pablo con fidelidad y dedicación y comparte con él la responsabilidad por las comunidades (cf. 1 Ts 3,2; 1 Co 4,17; 16,10; 2 Tm 1,6s.).

 

         El Espíritu Santo, que en el relato lucano de Hch aparece con un asombroso protagonismo, cambia una y otra vez los planes de Pablo: les impide ir al oeste, directamente a Efeso que los atrae siguiendo la gran ruta del interior; tampoco les permite al norte, a Bitinia, sino que el Espíritu de Jesús les sugiere ir al noroeste, a Alejandría de Tróada, donde fundan una comunidad que volveremos a encontrar en el tercer viaje. El informe de Lucas dice: “Atravesaron Frigia y la región de Galacia” (Hch 16,6: sección “nosotros”). Frigia se presenta como la región anatólica menos helenizada y era famosa por su culto a Cibeles, la diosa frigia. Sobre Galacia nos informa H. Metzger: “La expresión ‘región de Galacia’ parece ser empleada para designar de una manera especial la Galacia propiamente dicha, o sea la región situada al norte de la Licaonia y que en el año 278 fue invadida por la inmigración céltica, para diferenciar con ello la provincia romana del mismo nombre que comprendía además del país gálata,68 la Licaonia, la Pisidia y la Isauria”.69  Lucas escribe: “el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia” (Hch 16,6); recordemos que al decir “Asia” no se refiere el autor a toda la Anatolia, sino sólo al Asia occidental que comprende, entre otras, las ciudades de Efeso, Mileto, Sardes, Filadelfia, Esmirna70, Pérgamo, con un ramal a Tiatira, ciudades que nos son familiares por el Apocalipsis. Los misioneros cruzaron Misia, una zona nueva para ellos, y se dirigieron al puerto de Tróada, en el mar Egeo (Hch 16,8).

 

         En esta región se ubica una célebre visión de Pablo: un hombre desde la otra orilla del mar  ruega a Pablo: “pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hch 16,9). Podemos suponer que en este punto Lucas se asocia a la expedición ya que el relato toma la forma plural: “inmediatamente intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles”  (Hch 16,10).71 Embarcan en Tróada para Samotracia y al día siguiente a Neápolis,72 en la costa de Tracia. Este es el paso del evangelio a Europa. De hecho, esta provincia de Macedonia es más avanzada que los países visitados anteriormente de los Gálatas y de los Frigios, aunque desde el punto de vista religioso más complicada: si las mesetas de Frigia eran la patria de Cibeles, la llanura de Filipos había visto nacer el culto orgiástico a Dionisos.73  El Dionisos tracio era una divinidad rural que empujaba a los fieles a una exaltación próxima a la locura, con los excesos típicos de las religiones naturales, ardientes y entusiastas.74 Esta deidad griega era vinculada al inicio con la vegetación salvaje y luego con la viña, por lo cual aparecía rodeado de ménades y sátiros trayendo al mundo la alegría del vino. Era el dios popular inspirador del teatro.75

 

         Desde Neápolis toman la Via Egnatia y se dirigen a Filipos, la primera ciudad europea evangelizada, con su acrópolis y su inmenso foro. Filipos, si no fundada propiamente, al menos transformada por Filipo de Macedonia en el año 356 a.C., es la primera ciudad europea ganada para el evangelio. Filipos era en ese tiempo una colonia romana fundada para acoger a los veteranos de guerra de Octavio y  gozaba de los privilegios de las ciudades de Italia (Hch 16,12).76 Allí los judíos no tienen sinagoga por lo que deben hacer sus abluciones a las afueras de la ciudad, junto al río Gangites. Una de las mujeres que escuchan las palabras de Pablo era Lidia, una “temerosa de Dios”, rica comerciante de púrpura y originaria de Tiatira (Asia Menor). Ésta ofrece hospedaje a los misioneros. La conversión de Lidia provoca la de toda su familia y sus siervos. En Filipos, como no hay sinagoga, tampoco se siente la oposición de parte de los judíos como se había dado en otro lugares, por lo cual la comunidad cristiana crece rápidamente. Los filipenses llegarán a ser los amigos entrañables de Pablo, sus hijos generosos y perseverantes.

 

         Después de un tiempo, una  esclava de la ciudad que estaba poseída por un espíritu adivino comenzó a seguirles y a exclamar en público: “Estos hombres son siervos del Dios altísimo y les proclaman un camino de salvación” (Hch 16,17). Pablo, cansado de la cantilena la exorciza y desencadena la ira de los amos que sienten perdidas sus ganancias. Los misioneros son llevados a los tribunales, acusados de ser judíos revoltosos. Son condenados a ser azotados con varas y puestos en la cárcel. A media noche sucede lo inesperado: un temblor sacude violentamente la cárcel, las cadenas se rompen y las puertas se abren. El carcelero presa del pánico ante una supuesta escapada de los presos quiere suicidarse pero Pablo lo detiene. En esa noche el carcelero los lleva a su casa y se convierte con toda su familia. Hay que tener en cuenta la propaganda ilícita de Pablo: los judíos no podían atraer a los romanos a su religión. Al llegar el día, los lictores ordenan al carcelero poner en libertad a Pablo y Silas porque relacionan con ellos el terremoto de la víspera. Pablo muestra sus credenciales de ciudadano romano y exige las disculpas del caso, ya que según la ley Porcia un ciudadanos romano no puede ser flagelado. A manera de indemnización, Pablo es escoltado solemnemente hasta la casa de Lidia (Hch 16,25-40). Después de esta peripecia, Lucas se queda en Filipos; lo volveremos a encontrar aquí en el tercer viaje de Pablo.

 

         Dejando atrás Anfípolis con su colosal león del período helenístico junto al camino, atraviesan Apolonia y llegan a Tesalónica,77  que se les presenta como un inmenso anfiteatro mirando al mar. Tesalónica es una ciudad cosmopolita, la más importante de Macedonia, donde los judíos tienen una sinagoga. Durante casi un mes Pablo les predica a Jesucristo como el Mesías sufriente de Is 52,13-53,12 logrando una buena cosecha de conversiones entre las cuales puede señalarse la de Aristarco, un fiel compañero de Pablo (cf. Hch 20,4; Col 4,10). Sobre la buena fortuna de esta predicación el mismo Pablo escribe: “Bien saben ustedes, hermanos, que nuestra ida a ustedes no fue estéril, sino que después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como saben, confiados en nuestro Dios tuvimos la valentía de predicarles el evangelio de Dios entre frecuentes luchas” (1 Ts 2,1). Nuevamente los judíos promueven una revuelta en contra de los misioneros y los buscan para hacerlos comparecer ante el tribunal, al no encontrarlos arrastran a  Jasón, un convertido que los hospeda en su casa. Éste, luego de pagar una fianza, logra su libertad (Hch 17,1-9). Es interesante la frase que Lucas pone en boca de los acusadores: “Ésos que han revolucionado todo el mundo se han presentado también aquí” (Hch 17,6), testificando inconcientemente la rápida difusión del cristianismo.

        

         Durante la noche Pablo y Silas escapan a Berea,78 la tradicional ciudad-refugio, a 75 km. de Tesalónica; allí, en un ambiente apacible, realizan un trabajo fecundo: logran muchas conversiones de judíos y griegos, hombres y mujeres. Todo va bien hasta que se enteran los judíos de Tesalónica y vienen a Berea a alborotar a la gente. Mientras Silas y Timoteo permanecen en la ciudad, Pablo es encaminado al puerto y embarcado para Atenas con algunos compañeros que dejándolo allí vuelven a Berea.

 

         La época de la vieja y prestigiosa Grecia de los pensadores y artistas clásicos ya ha pasado: célebres ciudades como Tebas y Argos son ahora poblados pobres, sólo Atenas y Corinto conservan el aspecto de grandes ciudades. La ciudad de Palas, Atenas, en este tiempo de Pablo tiene un estatuto de civitas fœderata  y, aunque ha perdido su poder político ya que estaba bajo el poder de Roma desde el 168 a.C., es renombrada todavía por su filosofía y artes. Los monumentos de la acrópolis están intactos y ofrecen al visitante un espectáculo de impresionante belleza. Es precisamente en Atenas donde Lucas hace contraponer la eficaz sencillez del evangelio a la inútil sabiduría pagana (Hch 17,16-34).79 Mientras espera a sus compañero Silas y Timoteo,80  Pablo recorre indignado la ciudad poblada de ídolos. A él no le dice nada la belleza y la armonía de los templos atenienses, sólo ve allí la vaciedad y la inutilidad de los mitos paganos con sus interminables discusiones intelectuales. Toma contacto con  las principales escuelas filosóficas de ese momento: epicúreos,81  estoicos82 y cínicos.83 Pablo se siente perdido en un mundo que no lo comprende y que él tampoco es capaz de comprender. El espíritu griego carente de infinito es impermeable a todo tipo de misticismo y, si bien ha elucubrado muchas veces sobre la inmortalidad del alma, rechaza de plano la doctrina de la  resurrección.

 

         La presencia de Pablo es bien pronto advertida en la ciudad ávida de novedades, de modo que Pablo es invitado por el consejo del Areópago a explicar esa nueva doctrina. En el ágora, bajo el pórtico real, cerca del períbulo de los doce dioses, Pablo les dirige la palabra.84 Un discurso muy bien preparado sobre el “Dios desconocido” (la expresión ha sido testificada sólo en plural: “los dioses desconocidos”) permite a Pablo hacer gala de su cultura helénica trayendo a colación  una frase sacada de Fenómenos del cielo, obra de Arato, un poeta originario de Cilicia: “Porque somos también del linaje de Dios”. Pablo es objeto de mofa por los atenienses del areópago: si el discurso hubiera versado sobre la vida del alma liberada de la cárcel del cuerpo los griegos le hubieran escuchado, pero hablar de la resurrección del cuerpo es una ridiculez para ellos. En Ática no se formará comunidad cristiana alguna notable, Atenas seguirá siendo por mucho tiempo un bastión de la filosofía pagana. Sin embargo no todo está perdido: Dionisio, un miembro del consejo del Areópago,  Damaris y algunos otros siguen a Pablo.

 

         Después de este relativo fracaso, Pablo decide marcharse a Corinto, distante de Atenas unos 75 km. El puerto de Corinto unía dos mares por lo que había llegado a ser importantísimo para las comunicaciones y el comercio. La ciudad había llegado a ser la más populosa de Grecia y a la vez la más rica por el comercio y la artesanía por lo que Roma la había mirado con desconfianza primero, como a una ciudad rival, y había terminado destruyéndola en el 146 a.C. Había pasado prácticamente deshabitada por cien años hasta que como Colonia romana había sido reconstruida por César en el año 44 a.C.  Desde el 27 se había convertido en la capital de la provincia senatorial y sede del gobernador romano para toda Acaya.  Contaba con una población predominantemente romana y latina, sin embargo, el comercio atraía a ella una población cosmopolita entre la que se contaba una colonia judía importante. La ciudad gozaba de mala fama por sus costumbres licenciosas.85 Pablo llega a Corinto y se hospeda en casa de Aquila y Priscila regresados de Roma luego del decreto de Claudio (año 49)86 y trabaja con ellos en su oficio de fabricante de tiendas. En este momento llegan de Macedonia sus compañeros Silas y Timoteo y Pablo puede dedicarse con más tiempo al ministerio de la Palabra (Hch 18,5). Ante las reiteradas oposiciones de los judíos, Pablo pronuncia una terrible maldición sobre los judíos: “Que la sangre de ustedes caiga sobre sus cabezas; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles” (Hch 18,6), y el Señor lo confortó en una visión nocturna diciéndole: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hch 18,9-10). Como cumplimiento de ese oráculo, Corinto será la comunidad cristiana mejor conocida del NT debido a su vitalidad, conflictividad y la abundante relación personal y epistolar con Pablo. Ya que no puede predicar en las sinagogas, Pablo se establece en casa de Ticio Justo y predica fructuosamente a los paganos y se queda en Corinto un año y medio (desde el otoño del 50 hasta la primavera del 52 d.C.) ejerciendo su apostolado. Las primicias de la predicación en Corinto son Estéfanas, el primer converso de Acaya (1 Co 16,15); Febe, diaconisa de la comunidad de Céncreas; Crispo, el presidente de la sinagoga, y a Gayo (Hch 18,8), cuya casa sirve para congregar a la comunidad (Ro 16,23). Desde allí, y aprovechando un viaje de Febe a Asía, Pablo dirigirá una misiva a las comunidades asiáticas con sus líderes y evangelizadores, texto que encontramos hoy en Ro 16,1-16. Por otra parte, la comunidad de Corinto recibió en su seno más judíos convertidos que cualquiera otra comunidad paulina (Hch 18,2.8), podemos suponer los estragos que produjeron estas conversiones en la sinagoga.

 

         Por este tiempo ocurre un acontecimiento de primera importancia: Pablo se confrontará con una personalidad histórica del Imperio romano y este hecho permitirá fechar en forma segura la vida del Apóstol. Se trata de la comparencia de Pablo ante Marco Anneo Novato, conocido más bien como Galión, procónsul de Acaya, es decir de toda Grecia (Hch 18,12), representante eximio de la cultura greco-romana de entonces.87  Galión se opone a escuchar las acusaciones de los judíos porque las considera “discusiones sobre palabras, nombres y cosas de la Ley de ustedes” (Hch 18,15). No sabemos si estas palabras denotan desprecio de un romano por los asuntos religiosos judíos o indican un deseo sincero de no inmiscuirse en asuntos fuera de su competencia, lo que está claro es  que Pablo es sobreseído y el cristianismo queda asociado al judaísmo de tal modo que puede gozar del estatuto de religión permitida (religio licita).88 No cabe duda de las intenciones apologética de Lucas al narrar estos acontecimientos: los cristianos no son malhechores, por eso “el  Estado romano no debe molestarlos y ha de desconfiar de eventuales acusadores”.89

 

          Ante las inquietudes y las preguntas de las comunidades ya fundadas, Pablo comienza un nuevo estilo de presencia: escribir. Pablo dicta y Silas y Timoteo escriben. Así comienza el NT en cuanto tradición escrita. Efectivamente, desde Corinto, hacia el año 50-51, inicia Pablo su trabajo literario con la 1 Ts. Se trata de una correspondencia llena de gratitud y de estímulo, pero también contiene uno de los pasajes más duros contra los judíos que se oponen a su predicación: “éstos son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres, impidiéndonos predicar a los gentiles para que se salven; así van colmando constantemente la medida de sus pecados; pero la Cólera irrumpe sobre ellos con vehemencia” (1 Ts 2,14-16).

 

         Pablo había decidido celebrar la próxima Pascua en Jerusalén, de manera que en el puerto de Cencreas, en el golfo Sarónico, que era punto de partida para los viajes hacia Oriente, se embarca con rumbo a Palestina. En Cencreas se rapa la cabeza por un voto cuyo motivo no se precisa (Hch 18,18a). Con él van Aquila y Priscila que se quedarán en adelante en Efeso. Pablo pasa por esta ciudad sin detenerse pero prometiendo volver. Reembarca y, siguiendo la costa irregular sudoeste de Anatolia, llega a Chipre y luego a Cesarea. Desde allí sube a Jerusalén para dar cuenta a la Iglesia de su actividad y después vuelve a Antioquía del Orontes, de donde había salido (Hch 18,18-23).