Capitulo 6:
“El momento de mi partida es inminente” o los últimos años de Pablo
“Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Ga 6,17). Con estas palabras Pablo narra su existencia de apóstol íntimamente ligado a su Señor en trabajos y sufrimientos, en cárceles y luchas. De hecho la señal de la cruz no sólo forma parte esencial del kerygma paulino sino que es una sombra que se cierne sobre su entero apostolado: azotes, apaleos, apedreamiento, cárcel, enfermedad, hambre, sed, cansancio, naufragios, incomprensiones, calumnias, abandonos y soledad parecen ser los ingredientes infaltables de la actuación de Pablo. Él mismo ve en esta “debilidad” una misteriosa asociación al anonadamiento del Mesías Jesús (2 Cor 12,10). No es de extrañar que más tarde el fin trágico de Pablo bajo la espada del verdugo romano concuerde de maravillas con aquellas premisas.
Estos últimos años de Pablo están marcados por una gran elocuencia. Lucas pone en sus labios cinco discursos muy bien hilvanados.97 En ellos aparece Pablo inocente de todos los cargos: no ha cometido ninguna transgresión contra la ley judía ni contra el imperio. Todo lo más podría ser acusado de defender las esperanzas de Israel en la resurrección de los muertos. Sobre su seguimiento de Jesús no ha hecho otra cosa que escuchar a Dios mismo en el camino de Damasco,98 de manera que la inculpabilidad de Pablo es proclamada incluso por los actores de su proceso, como luego veremos.
A la llegada de Pablo a Jerusalén, la Iglesia-Madre presidida por Santiago y los “ancianos”, se le pide un gesto de comunión que pueda echar por tierra los prejuicios frente a su persona y a su obra entre los gentiles (Hch 21,15-27). Pablo accede a purificarse con otros cuatro y pagar por ellos la conclusión del nazireato en una ceremonia especial del Templo. Allí se reinician las dificultades: es visto en el área del Templo por judíos venidos de Asia que comenzar a alborotar al pueblo. Pablo recibe las mismas acusaciones del diácono mártir Esteban: predicar contra la Ley y el Templo, y profanar este último introduciendo en él a griegos. Pablo es golpeado en medio de un gran alboroto. Gracias a la intervención del tribuno romano se salva del linchamiento, logra dirigirse a la muchedumbre judía presentándose como un judío observante convertido al cristianismo por una revelación especial de Dios. No obstante deberá comparecer ante el Sanedrín (Hch 22,30-23,11).
En medio de una comparencia violenta Pablo advierte que su auditorio se compone de fariseos y saduceos99 , y aprovechándose de esta vieja rivalidad los hace dividirse y pelear entre sí. Pablo es sacado oportunamente de ese tumulto. Entonces los judíos se conjuran bajo maldición a no comer ni beber hasta haberle dado muerte (Hch 23,12.14.21) y preparan una celada para asesinarlo apenas esté a su alcance. Avisado a tiempo por medio de un sobrino de Pablo, el tribuno Claudio Lisias, encargado de su seguridad, hace trasladar a Pablo de noche a Cesarea para ser presentado ante el procurador Félix.100 Cinco días después comparece Pablo ante el procurador y ante el Sumo sacerdote Ananías que había bajado de Jerusalén con algunos más. Allí Pablo es acusado por Tértulo, el abogado judío: “Hemos encontrado esta peste de hombre que provoca altercado entre los judíos de toda la tierra y que es el jefe principal de la secta de los nazoreos...” (Hch 24,5). Félix que conoce ya la fe cristiana tiene ocasión de conversar con Pablo pero lo retiene en cautiverio por dos años en Cesarea, hasta la llegada de Porcio Festo, su próximo sucesor. Ante una nueva arremetida de los judíos contra él, Pablo se ve en la urgencia de apelar al César: aduciendo su ciudadanía romana se somete a juicio ante el tribunal imperial (kaisara epikaloumai). Festo no tiene más que argüir y le responde: “Has apelado al César, al César irás” (Hch 25,12).101 Un poco más tarde Pablo tiene ocasión de defenderse en presencia del procurador Porcio Festo y del rey Agripa, de visita en la ciudad (Hch 26,1-23). Ante el discurso tan erudito de Pablo, el rey Agripa declara: “Por poco con tus argumentos, haces de mí un cristiano” (Hch 26,28).
La inocencia de Pablo es algo que se impone en todo el relato haciéndonos recordar el proceso de Jesús en los evangelios. Durante la comparencia de Pablo ante el Sanedrín los escribas del partido fariseo dicen: “Nosotros no hallamos nada malo en este hombre. ¿Y acaso le habló algún espíritu o un ángel?” (Hch 23,9); cuando el tribuno romano Claudio Lisias escribe a Félix le dice: “Y hallé que le acusaban sobre cuestiones de su Ley, pero que no tenía ningún cargo digno de muerte o de prisión” (Hch 23,29); por su parte el procurador Festo le dice al rey Agripa: “Los acusadores comparecieron ante él, pero no presentaron ninguna acusación de los crímenes que yo sospechaba (...) yo comprendí que no había hecho nada digno de muerte” (Hch 25,18); ambos concuerdan: “Este hombre no ha hecho nada digno de muerte” y Agripa agrega: “Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al César” (Hch 26,31-32).
Lucas retoma el relato en plural describiendo el traslado en barco de Pablo y algunos más a Roma como un minucioso diario de viaje.102 Los peligros en el mar no se hacen esperar: tempestad, hambre, desánimo, naufragio. Es Pablo el que domina la escena dando consejos a los tripulantes y ánimo a los demás compañeros de navegación. La tormenta arrecia, pero a Pablo se le ha revelado que todos, los 266 que van con él en el barco, se salvarán, sólo se perderá la nave. A duras penas llega ésta y se desarma rápidamente frente a una playa de la isla de Malta. Deben salvarse a nado en medio del frío y la lluvia. Durante la estadía en la isla Pablo llama la atención por los milagros que se operan en torno a él y por su medio. A los tres meses, llegada la primavera, retoman el rumbo para Roma en una nave de Alejandría. Hacen una breve escala en Siracusa y luego llegan a Reggio de Calabria y Pozzuoli, puerto importante al oeste de Nápoles, donde se quedan siete días con los hermanos. Los hermanos de Roma les salen al encuentro al Foro Apio y Tres Tabernas 103 para gran consuelo de Pablo. Es a mediados de febrero del año 60 que Pablo prisionero llega a la capital del Imperio, con esto su sueño de llegar “hasta los confines de la tierra” se ha cumplido.
A la llegada a Roma se le permite a Pablo permanecer en una casa particular bajo régimen de custodia militaris (Hch 28,16). Pablo continúa su trabajo evangelizador “con toda valentía, sin estorbo alguno” (Hch 28,31): si él no puede desplazarse, la gente vendrá a él. Primero toma contacto con la antigua y numerosa comunidad judía de Roma y trata de convencerlos del mesianismo de Jesús. Algunos creen, pero una gran parte se retira escéptica. Pablo les recuerda las palabras del profeta (Is 6,9-10) en que predice su dureza de corazón frente a la manifestación divina. Desde entonces Pablo, como en otras ocasiones, hace su opción preferencial por los paganos, que sí le escuchan y abren el corazón. Éstos pasan a engrosar la floreciente comunidad cristiana de Roma a la cual un tiempo antes Pablo había dirigido su carta.
Los últimos años de la vida de Pablo se nos pierden en la bruma pese al optimismo de Lucas en su informe de Hch 28,31. No está claro si Pablo, luego de esta prisión de dos años y declarado inocente, fue a España como lo había deseado (Ro 15,28) 104 o regresó al oriente para organizar las Iglesias, como lo indican numerosos testimonios, especialmente las cartas pastorales: Deja a cargo de la comunidad de Efeso a Timoteo; a cargo de Creta señala a Tito, que tiene un gran protagonismo en la organización detallada de la vida eclesial (Ti 1,5). Estos escritos a Timoteo y Tito los llamamos tritopaulinos, son tardíos, no obstante algunos tienen un sabor vívidamente paulino, por ejemplo las frases de 2 Tin 4,6-8: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación”. Son reconstrucciones muy precisas del estilo del maestro, sólo que el ambiente histórico y las circunstancias pastorales ya son otras: de finales del siglo I.
El informe de Hch nos dice que Pablo estuvo dos años bajo custodia militar en Roma. Lo más probable es que haya sido sobreseído por falta de méritos y puesto en libertad. Si fue así, es posible añadir un ministerio ulterior de Pablo “llegó hasta los últimos confines de Occidente”, o sea España, como opina en el año 96 Clemente de Roma (1 Clem 5,7), dato que recoge el Documento de Muratori hacia el año 180 que habla de una “partida de Pablo desde la Urbe hacia España” (líneas 38-39). Por los años 200 Tertuliano afirma que Pablo murió mártir como Juan Bautista, es decir decapitado.105 Más explícito es Eusebio de Cesarea († 339) que recoge antiguos testimonios, entre ellos el de Dionisio, obispo de Corinto que informa a la Iglesia de Roma: “después de haber enseñado juntos en Italia (Pedro y Pablo), padecieron el martirio al mismo tiempo.”106 Si Pablo muere mártir en Roma, como afirma la tradición, no es por los cargos anteriores, sino en cuanto líder del cristianismo, secta que ya comenzaba a ser ilegal en la capital del Imperio. Una ocasión pudo haber sido la persecución motivada por el incendio de la ciudad, a instancias del emperador Nerón en el año 14 de su reinado, o sea entre julio del 67 y junio del 68.107